Nos quedamos un rato en silencio, envueltos en el perfume de las hierbas. Hasta que le pregunté:
-¿Por qué nunca hablamos de Ezequiel?
Apoyó las cosas en el piso con mucha calma. Estiró su mano como para acariciarme. Me miró. Bajó la mano. Luego la vista y dijo en un susurro:
- Hay cosas de las que es mejor no hablar.
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